De forma recurrente, cuando telefoneo a mi padre, le pregunto qué ha almorzado o qué ha cenado. No porque me interese exactamente lo que come. Lo hago, más bien, para tener cierta complicidad con él. Siempre le gustó el buen yantar.
En los últimos tiempos, cuando le pregunto qué ha comido o cenado me contesta que poca cosa. Y es verdad, cada vez come menos. También cada vez habla menos (quizá porque cada vez oye peor).
Hoy yo estaba un poco bajo de ánimo; pero, cuando le he telefoneado, no se lo he querido decir. Al notar cierta preocupación en mi voz, mi padre, de 86 años, me ha preguntado:
–Hijo, ¿qué has comido hoy?
Y ha conseguido sacarme una sonrisa.