En los primeros días del otoño, Mónica, mi hija mayor (de cuatro años), estaba a punto de empezar sus clases de natación. Afrontaba el reto muy contenta: el pasado verano, gracias a la perseverancia de mi mujer, había aprendido a nadar sin flotadores y sin ayuda de ningún tipo.
Como sus viejas gafas de piscina se le habían rayado mucho, un viernes por la tarde, en uno de nuestros paseos, nos dirigimos a la tienda de deportes del pueblo con la intención de comprarle unas nuevas. Mi mujer se quedó en la calle con María (dormida en su cochecito) y Mónica y yo pasamos a la tienda. Le elegí una gafas bonitas, grandes y de un color maravillosamente azul. Me las puse un momento y comprobé, asombrado, que la tienda y la calle se veían con una nueva luz; eran distintas a mis ojos. Eran, si cabe, más bonitas y alegres.
-Éstas son chulas, Moni. ¿Te las quieres probar?
-No.
-Venga, hija, ¿te las pruebas?
-No.
-Hija.
-No.
En fin. No quise insistir. Pagamos las gafas y salimos a la calle. Una vez fuera, Mónica me dijo:
-Papá, quiero probarme las gafas.
Vaya. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue preguntarle por qué entonces sí y hacía dos minutos no. Pero, bueno, tampoco quise tener una discusión en plena calle. Así que saqué las gafas de su funda y se las di. Parsimoniosamente, mi hija se las puso. Primero, sobre la frente, apartándose el cabello de la cara; luego se las bajó hasta encajárselas sobre los ojos.
Miró arriba, miró abajo. Miró a la izquierda y a la derecha. Noté cómo focalizaba de cerca y de lejos.
Yo estaba un poco mosca. ¿Y si no le gustaban?
De repente Mónica me dedicó una sonrisa maravillosa. Me dijo: «Papá, me has comprado unas gafas para ver el mundo».
«Para ver el mundo«, había dicho. Y recordé que, minutos antes, el entorno me había parecido mágico gracias al tinte azul de las lentes.
Mientras volvíamos a casa, me sentía el padre más feliz del Universo.
¡Qué maravillosos son los niños y sus reflexiones!
Es verdad, Iris. Los mayores tenemos que recuperar ese don. Un abrazo.
Os recomiendo leer a Eduardo Galeano en cualquiera de sus formas. Le encanta relatar historias de niñ@s, es@s sabi@s que tienen tanto para enseñarnos. Aunque nosotr@s pretendamos callarlos…A ti, amigo, sólo te digo que la historia es tan mágica como la mirada de l@s niñ@s y que quizá, sólo quizá (dejo el dato para la reflexión), tu hija Mónica tiene un buen referente para hacer esas declaraciones, ¿no? Piensa en ello.Un beso naranja desde Carabanchel
Gracias, Amelie. Tú, que me aprecias…
Deberían inventar unas gafas que sirviesen para ver el mundo como si volviésemos a tener 4-5 años… ¡Los niños sí que son listos!
Precioso, de nuevo :))Y el tema de la entrada anterior me ha encantado. Que tengas un buen día Juan Pedroyo
¡Muchas gracias!Que tengas tú también un maravilloso día.