Llegaba tarde a casa, casi a las tres, en plena solana. Y como no tenía nada en la nevera y sí un hambre de mil demonios, decidí comer de menú en un bar que está al lado de la parada de autobús.
El camarero, un chico joven, estaba en la barra cuando entré en local, pero tenía tanto trabajo que no reparó en mi presencia. Era delgado y bajo, muy bajo, rubio, con cara aún de niño y mohín de agobio.
-Quisiera comer. De menú -apostillé.
Él me recitó de memoria los platos del día. Tenía acento eslavo y evitaba mi mirada quizá por vergüenza. Era su primer día o casi. Entonces pensé que no sólo se debe prohibir trabajar a los menores, sino también a los que lo parecen, porque aquel chico -lo juro- tenía cara de estar pasando una tarde de las malas y de que el asunto se le estaba yendo de las manos.
Mi elección: macarrones y chuleta. El chico se movió presto, me colocó un mantel de celulosa en la mesa, una cestilla con pan, me anotó la bebida con su boli de tecla y, como debía cumplir con más mesas y más encargos, salió como alma que lleva el diablo. Hasta ese momento no me había dado cuenta, pero en el bar había mucha clientela, en general tipos rudos con caras de pocos amigos y mucha prisa. A un par de metros de donde me sentaba, tres encorbatados se reían del chaval, no sé si de su acento, de su aspecto o de su agobio.
Me acordé de esos documentales en los que hay imágenes de ñúes y gacelas cruzando ríos repletos de cocodrilos. Aquel muchacho era un ñu pero así de grande, un ñu con cara de despistado o de «mira, cocodrilo cómeme ya de una puñetera vez, que me doy por vencido».
Los macarrones estaban muy buenos, con una salsa de tomate ligera, fantástica. La chuleta tampoco estaba mal. Y la cerveza, por cierto, estaba en su punto frío.
A kilómetros de distancia
¿Quién sería aquel chico? ¿Qué haría en un pueblo de la sierra de Madrid, a kilómetros de distancia de su ciudad natal, aguantando a unos cuantos idiotas?
Entonces recordé que, cuando terminé la carrera, me pagué el doctorado trabajando unas semanas en Barajas, haciendo encuestas. Antes, yo ya había trabajado en un medio de comunicación. Por lo tanto, hacer encuestas, dar ese paso atrás, era algo que nunca podría escribir en mi currículum. Pero tenía que pagarme el doctorado. Éste no era exactamente un sueño (mis sueños son más íntimos y casi secretos), pero sí una meta vital, un objetivo, una apuesta, un órdago. Mi madre ya estaba muy enferma cuando terminé la carrera, y creo que era la única persona que confiaba en que esa jugaba iba a salirme bien. Aunque estuviera licenciado, aunque trabajase en el futuro en más medios de comunicación, aunque escribiera y escribiera, no tener el doctorado era faltar a una promesa, haberme rendido, haber dejado de creer en que podía hacerlo. No podía fallar: Dios, ¡tenía que pagarme el doctorado!
Durante unos días, juro que fui el tipo que hacía las mejores encuestas de todo Madrid.
En ese trabajo recibí todo tipo de contestaciones: unas buenas y otras malas; encontré gente encantadora, gente hija de puta y gente a secas. Recuerdo dos actitudes que me enfadaron. La primera, la de un cámara de televisión (viajaba con la máquina a cuestas) que, mirando al compañero con el que iba, se descojonó de mí cuando le pregunté si podía hacerle unas «preguntas sobre la ampliación de Barajas». La segunda, la de una marujona que me puso cara de pena y me dijo que me contestaba al cuestionario porque no querría ver nunca a su hijo haciendo encuestas. Lo dijo así, lo juro, sin cortarse un pelo. Durante un tiempo, a ese trabajo siguieron otros más, todos precarios, todos grises y todos inventados en tardes de invierno.
Pero, años después, cuando recibía el birrete doctoral de manos del rector de mi Universidad, delante de mi padre y de la chica de la que estaba (y estoy) enamorado, y que después se convertiría en mi mujer, me acordé de todos estos capítulos, de trabajos buenos y malos. Pensé que todo tiene sentido y que merece la pena pasarlo mal si, al final, se tiene algo por lo que luchar y se sabe dónde está la meta. A raíz del doctorado puedo decir, creo, que mi suerte laboral empezó a cambiar, pues encontré trabajos interesantes. Hoy tengo el empleo más bonito del mundo gracias a ese título, a ese doctorado, a esa tesis, de la que algún día hablaré.
¿Debía tener pena del chaval que me servía? De repente me acordé de aquella maruja. Y pensé que no, de ninguna manera, de ninguna manera. Ese chico, precisamente por ponerme en la mesa un plato de comida, merecía todos mis respetos.
Cuando me retiró el primer plato le dije:
-Los macarrones estaban fantásticos, de verdad.
Me miró sorprendido. «¡Muchas gracias!», contestó. Al cabo de un rato, me trajo un postre decorado con nata y chocolate. Me hizo ilusión: pese al follón del bar, él se había tomado su tiempo en presentarlo de forma cuidadosa, con mucho esmero.
Nos dijimos adiós y nos deseamos buenas tardes, esta vez mirándonos a los ojos, claro que sí. Cuando salí a la calle, el sol había dejado de picar y entonces supe que el chico tendría suerte. Que, quizá, algún cocodrilo le haría algún que otro rasguño; que, quizá, algún cazador le tendría alguna vez en el punto de mira de su rifle. Pero que, al final, tras una larga travesía, tras una dura migración, llegaría a su destino. Seguro que sí.
Encendí mi mp3. Sonó esta canción:
Amigo (imagino que ya puedo llamarte amigo), con textos como éste se te perdonan semanas de ausencia.Felicidades de nuevo, por cierto.
Me has recordado a mis maravillosos veranos de relaciones públicas ^^ Me encantan los días que me mandaban a la puerta del Corte Inglés a repartir flyers. Señoras como la maruja que comentas, a puñados.Me encanta esa canción =) Aunque en este estilo, no hay nadie mejor que Jack Johnson. Pero lo mío con ese hombre es una debilidad, puede que no sea imparcial.
Que hayas «vuelto a la vida» coincidiendo con la victoria del Atletico de ayer, no se si es correlación o coincidencia, pero cuanto menos agradable.Pero yendo a lo que nos ocupa, ñues o cocodrilos es una dicotomía un poco drástica. Los encorbatados me recordaron a un teniente de mi cuartel. El individuo se dedicaba a la disciplina con retorcida intensidad. Podía arrestarte por llevar una mancha cuando limpiabas contenedores, por que sí y por que no. Era un cocodrilo, o al menos eso creía.Un día, estando saliendo de un servicio, me tomó como voluntario junto con otro compañero para llevar cajas de cartón a su casa. No se podía manchar el señor. Al llegar a su casa, su señora esposa le arrojó, un «Antoñito» desde lo más profundo de su caverna, que nos sonó a los gritos por la ventana de nuestras madres cuando éramos pequeños. El cocodrilo era un ñu esquizoide.Bueno tenerte de vuelta.
¡Que bonita entrada! Te diré que esta canción también está en el «top ten», de esas que hay que escuchar por la mañana cuando uno se levanta. Porque, como dice Jason, siempre hay algo que ganar y algo que aprender, y eso hace que el, a veces, duro camino hacia los sueños merezca la pena. Te dejo aquí otra de la lista, de mi querido y escondido Lionel Neykov. Para que veas lo escondido que está, no tiene video oficial. Ni falta que hace, porque escucharla es una delicia…http://www.youtube.com/watch?v=K1A1aOqGJek&feature=PlayList&p=AD6D2F89DEB188BE&playnext=1&playnext_from=PL&index=5 ¡Espero que te guste! ¡Un beso! Y gracias por esos textos felices.
QUERIDO RUYMÁN: Para mí es honor que me llames «amigo» y que coincidamos en esta Gran Broma que algunos llaman vida.ALMU: ¿A que daban ganas de escupir a la marujona? En estos momentos estoy escuchando Upside Down. Y pone las pilas.APULEYOOOOOOOO: Quien ha pasado por un cuartel, y, encima, obligado (como tú y como yo) ha tenido pesadillas muchas noches. Ahí también había cocodrilos. Eso sí, me reservo decir si eran de la tropa, oficiales o suboficiales. Qué coño, había cocodrilos en todos los estamentos. Gracias por el recibimiento que, es verdad, coincidió con nuestro Atleti. Va a ser verdad que pillamos Champions y todo.MÒNICA: Gracias por leer la entrada. ¿Cómo conociste a Lionel? Tiene voz de tertulia con taza de café delante, una tarde de verano larga y sin nada que hacer. Por favor, ¡síguenos recomendando!
Acabo de volver de vacaciones y justo hoy pensé en ti, en si ya tendrías buenas noticias (imagino que queda poco) y pasé por aquí, como siempre me gusta hacerlo. Y me encontré con esta preciosa historia y con lo sensible que hay que ser para darse cuenta de que hay personas (más allá de los colores, las vestimentas, las creencias) que se esfuerzan cada día por sacar su vida adelante mientras otras personas (quizá me pensaría el calificativo) se creen con patente de corso para reírse y agredir gratuitamente. Gracias por seguir compartiendo historias HUMANAS como ésta. Un beso muy grande y hasta prontito (el café ya puede ser cervecita, por el calor, digo…)
AMELIE: Se te echaba de menos por estos lares. Aunque te hemos tenido poco, gracias a tu viaje hemos visto de cerca a Laocoonte y hemos viajado por otras tierras. Por favor, recupera el tiempo perdido.Las buenas noticias tuvieron lugar (mira en el buzón de tu mail) y hemos de luchar porque vengan mil soles a iluminar nuevas vidas.¡Qué grande eres, amiga!
Un poco tarde, ¡pero ahí va! Lionel llegó a mis oídos a través del anuncio de la lotería de Navidad. Sentí curiosidad, me puse a investigar, y descubrí que fue parte de la campaña gracias a Youtube. Ser descubierto por internet le permitió pagar las deudas de su casero, pero hasta donde yo sé todavía promociona sus temas por internet y su disco es imposible de encontrar en España. ¡Así que habrá que conformarse navegando por la red! Me alegro de que te haya gustado. ¡Besos!
Es Masai Mara y ese momento en el que primer ñu, el que se sacrifica, salta al agua y todos los cocodrilos se lanzan hacia él es uno de los momentos que vienen a mi mente en vivas imágenes… en esos momentos… Detesto a la gente que se burla porque no es gente, la de Presuntos Implicados, sólo es gentuza. Las hienas del territorio.A mí me pasó una cosa con aquella ampliación de barajas… Algún día te la contaré, es casi un secreto ;)Aquí hay algo interesante, mucho. Tendría que estimular. Gracias .*)yo