A veces me da por pensar qué será de estas palabras que yo escribo, en este extraño cuaderno digital, dentro de muchos años. Es cierto que tengo guardadas, en una USB, copias de todas las entradas del blog. Pero la verdad es que nunca se sabe.
También conservo alguno de los cuadernos en papel que escribí en mi primera juventud. Ahí están relatos y poemas. También capítulos de novelas, muchas de las cuales no terminaron de escribirse, pero que, en su momento, me parecieron que valían la pena. Muchas veces, cuando, sin querer, los hojeo, siento algo de vergüenza al comprobar qué inocente e ingenuo era escribiendo entonces.
Arqueología emocional. Los cuadernos y las palabras que yo guardo (que tú guardas) son indicios de yacimientos más profundos.
¿Sabes? Hicimos bien en escribir todo eso, por muy naíf que fuera. Formaba parte de un proceso de autoconsciencia. Parte de nuestro mundo necesitaba escribirse sílaba a sílaba, frase a frase. Construimos nuestro mundo gracias a que fue delimitado, en la cartografía de un DIN A4 o un documento de Word, con reinos y fronteras hechos de píxeles o tinta de azul. Quizá los años los sedimentaron.
He dicho más arriba que tú y yo somos arqueólogos emocionales. En mi caso, he de confesarte que, desde hace unos meses, están viendo la luz ciertos hallazgos.
Mi corazón, naíf, sigue siendo el mismo que entonces. Sólo que, ahora, no me molestan tanto ni la arena en los ojos ni la aridez el desierto.