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Juan Carlos Arteche

La última vez que le vi fue hace año y medio. Estábamos en el hospital. Mi mujer acababa de dar a luz a nuestra segunda hija, María, y yo había bajado a la cafetería para almorzar. Entonces le vi. Era Arteche. Allí estaba, alto e imponente, pero muy cercano, con la mirada franca que tiene la buena gente. Iba del brazo de su mujer quien, me pareció, tenía semblante preocupado.

Un rato después, cuando subí a la habitación para estar de nuevo con mi mujer y con la pequeña, le dije a Marta que había visto a uno de mis ídolos de la niñez, Arteche, el aguerrido defensa central. También le dije a Marta que había estado a punto, a punto, de levantarme y saludarle (me había dado tanto y tanto me había hecho soñar), pero que, en el último momento, me dio vergüenza y desistí.

Quería haberle dicho que yo estuve en un partido histórico, en un Atlético-Betis de mediados de los ochenta, en el que el Atleti iba perdiendo 1-3 y que, gracias a un cabezazo suyo, ganaron 4-3. La fatalidad quiso que Arteche, después de rematar en salto, cayera mal y se lesionara la rodilla. La grandeza de este deporte quiso que se lo llevaran en camilla mientras todo el estadio (absolutamente todo el estadio), en pie, corease su nombre. Yo entre ellos.

Después vino Gil y un despido improcedente. Y Arteche quedó fuera del fútbol,  pero no de la retina de los aficionados ni, mucho menos, de sus corazones. Volví a verle un año después en un bar del Parque de la Arganzuela, con un refresco en la mano. Parecía tranquilo. Había salido a la puerta del establecimiento para disfrutar del sol de la mañana.

Ayer, Juan Carlos Arteche murió de cáncer a los 53 años. Cuando le vi en el hospital, precisamente, estaba empezando a tratarse un cáncer que año y medio después se lo llevaría a la tumba. Me quedo con su imagen de entonces: posiblemente aquél sería un día difícil para él y para los suyos, pero él estaba erguido, mirando hacia adelante, concentrado, consciente de que hay que luchar, de que los partidos hay que jugarlos hasta el minuto 91 y que siempre hay esperanza. Personas como él son un ejemplo en el deporte y en la vida, héroes necesarios, como decía Bretch, que luchan todos los días. ¿Quieres ver cómo jugaba?

Publicado en Recuerdos

8 comentarios

  1. Anonymous

    Todavía recuerdo el álbum de cromos de la liga española y a mi hermano y a mí luchando por completarlo. Creo que ese es el primer recuerdo que tengo de Arteche: tan serio, con su bigote mirándonos desde el album. No recuerdo mucho de su juego más allá de la tan cacareada dureza que siempre se le atribuyó, pero ese nombre y ese rostro son una pequeña escama desprendida de esa piel mudable que es son los recuerdos de la infancia. M.

  2. Juan Pedro

    JUAN CARLOS: Qué bueno que cumplas eso que has anunciado en tu blog, volver a escribir en ese espacio. Me alegro que te vaya bien en el aspecto profesional y también en el personal. ¡Sí señor! No me tienes que dar las gracias; te las tengo que dar yo a ti por pasarte por mi blog. ¡Nos seguimos leyendo!M: Por lo que veo, somos de la misma quinta. Me encanta el símil que haces entre la piel que se cae y los recuerdos de la infancia. Algunos tenemos esa piel muy dura, y no sé si es bueno o malo. Gracias por pasarte por aquí. Un abrazo.

  3. amelie

    Quizá sea esta entrada (de forma absolutamente inconsciente) la que me haya animado a lo que te cuento en mi correo de hoy… Un beso enorme, amigo

  4. Belanova

    Se te quedó eso clavado de no haberle saludado en su dia,,,triste.Yo no tengo ni idea de futbol pero mi padre seguro que le siguio en su momento el es un amante de este deporte…y el tambien tiene cancer.Saludos

  5. María

    Le ''conocía''. No había bajado hasta aquí en tu bitácora todavía. Le conocía de unos cromos, me sonaba de eso. En el año 88 yo comencé a trabajar en una casa, cuidando a un niño asmático y mal comedor. Le llevaba al colegio por las mañanas y le iba a buscar al mediodía. La parada obligatoria era en un quiosco para comprar los cromos. ¡Otra vez Arteche! -voz de Dani el niño. Pero se cambiaba bien, porque tampoco salía mucho. La voz de Dani era una gozada. Sus padres tenían muchos problemas internos. Y yo, a pesar de que a ella le habría encantado, no era la Petra de la Regenta. A Dani le gustaba yo, a pesar, también, de ser muy mala criada, mala porque los asuntos domésticos jamás me han interesado y por tanto no me marcaba ninguna perfección, porque todos sus amigos y amigas decían que tenía una cuidadora muy 'sesi', había hasta un ratón de cuatro años, una niña que fue la que inició aquello, en el ascensor :)) Hoy me haces acordarme de todo eso y me pregunto por Dani. Jamás lo volví a ver y reconozco que me gustaría :)Muy buenos días.

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