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Abuelo, te quiero decir una cosa muy importante…

Hoy ha sido un día cansado para mi mujer y para mí. Pero, para ser sinceros, ha tenido muchas cosas buenas. Una es que mi hija mayor (Mónica) se ha estrenado como alumna en el campamento urbano del pueblo. Mi mujer y yo estábamos preocupados; creíamos que se iba a tomar mal el cambio de rutina, pero la verdad es que le ha encantado. Otra noticia genial, fantástica, es que mi hija pequeña (María) ya camina con gran soltura.

Sin embargo, la historia de la jornada ha tenido lugar casi cuando terminaba el día. Habíamos bañado a las niñas, las habíamos dado de cenar, y yo me disponía a contar un cuento a la mayor (requisito fundamental antes de ir a la cama). La casualidad quiso que mi mujer hablara entonces con mi suegro y que el teléfono cayera en manos de Moni. A ver, eso es como si una caja de cerillas cae desde el cielo a las manos de un pirómano: puede pasar de todo.

-Abuelo, abuelo -dijo-: te tengo que decir una cosa muy importante. Muy importante -apostilló.

«Claro», pensé, «le contará su experiencia en el campamento urbano, los primeros pasos de su hermana pequeña…» Pero qué ingenuo soy.

-Abuelo -continuó Moni-, es que te tengo que contar una cosa muy importante.

-A ver, Moni, dime qué es -dijo mi suegro, rindiéndose ante tal misterio.

-Es que papá…

-Sí, Moni.

-Es que mi papá…

-¿Si?

-Papá ha dicho hoy ¡COÑO!

Era verdad: minutos antes, la palabrota se me había escapado en la cocina. Dios, no me lo podía creer; mi hija mayor, una chivata, una vulgar chivatilla.

-Pues, ¿sabes lo que te digo, Moni? -le dije en un ataque de orgullo herido de padre-. Que hoy te quedas sin cuento, para que aprendas que no hay que ser chivata.

-Juan -dijo mi mujer con la gravedad de las grandes ocasiones-, eso no me parece justo.

El lobby femenino, señoras y señores: vivo rodeado de un lobby femenino.

-Bueno, Moni, te lo leo -claudiqué-, pero que sepas que eso está muy mal; mucho peor que decir coñ…, digo, «la palabra».

Diez minutos después, Moni estaba encima de mis rodillas. Un cuento de Teo estaba en mis manos, dispuesto a ser leído.

-Papá, ¿estás enfadado?

Desde que soy padre me he dado cuenta de que tengo algo de Robert de Niro: soy un actor que te cagas. Tocaba hacerse un poco el duro, sólo un poco.

-Pues, Moni, si te digo la verdad, un poquitín sí.

-Pero, papi, si yo quiero que estés contento…

Me sonrió y me hizo cosquillas. Tiqui, tiqui, tiqui… Tiqui, tiqui, tiqui, tiqui.

Puso cara de pilla y no paró hasta hacerme sonreír.

Publicado en Recuerdos

6 comentarios

  1. Raquel Godos

    Claro, y su papá nos contó su cuento, y tampoco paró hasta hacernos sonreír. Gracias, gracias, gracias.

  2. Anonymous

    Suscribo el comentario anterior, también a mí me has hecho sonreir… pero lo realmente divertido es constatar que tu hija es una auténtica «crack», ya conoce a su papá como si lo hubiera parido… ;-)).Muchas gracias por este cuento. (te leo siempre aunque no me manifieste ;-))M.

  3. Juan Pedro Molina Cañabate

    RAQUEL: Gracias a ti por leerla. Por cierto, me alegro mucho de que estés a pocos días de encontrarte de nuevo en tu casa con los tuyos. Te mereces todo lo mejor. ¡Un abrazo!QUERID@ AMIG@ «M»: Gracias por pasarte por aquí y por emocionarte. Tienes razón en tu comentario: mi hija me tiene calado con cuatro años y medio. Cuando tenga quince voy a, literalmente, flipar. Que Dios me pille confesado… ¡Un abrazo!APULEYO: Qué buena frase. Me parece que me voy a hacer coleccionista de lluvias. ¡Un abrazo!

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