Este verano cumplí 44 años.
Hace unos días, mi padre cumplió 82. Muchas veces, cuando hablo con él, revivo los paseos que nos dábamos por la sierra cuando yo era pequeño. A menudo, también, él me llevaba al Rastro, me subía en sus hombros y, desde allí arriba, yo veía la marea de gente que subía y bajaba por la Ribera de Curtidores. Muchos años después leí en Google el lema A hombros de gigantes. Cuando era pequeño me sentía exactamente así encima de los hombros de mi padre.
Mónica, mi hija mayor, tiene 8 años; María, mi hija pequeña, 4. Ellas me han dado muchísimas cosas; una de las más importantes es que he conseguido comprender y ponerme en la piel de mis padres y me he dado cuenta de que ser padre es el cometido más bonito y difícil de mi vida. Con diferencia. Nunca sabes si lo haces bien, nunca sabes si lo haces mal. Todo es relativo y, quizá, encuentre las respuestas a esas dudas en los últimos compases de mi existencia.
En la Universidad, la edad de la mayoría de mis alumnos oscila entre los 19 y los 23 años, más o menos. Gracias a muchos de ellos revivo mis días de Facultad. Es maravilloso. El genio de la lámpara me toma de la mano y me lleva al pasado (a mi pasado biológico), a aquella época en la que todo podía convertirse en realidad. Llevo 8 años siendo profesor pero a veces creo que ayer mismo pisé por primera vez los pasillos de mi Departamento. Estos años han transcurrido a un ritmo vertiginoso.
Mi hermana Julia tiene 12 años más que yo y mi hermana Carmen 8. Al mismo tiempo, yo tengo 8 años más que mi hermano David. No sólo tenemos 4 edades totalmente distintas, sino que nuestros caracteres son radicalmente opuestos.
Mis amigos tienen edades, caracteres y opciones políticas distintas.
Tengo 6 años y medio más que Marta, mi mujer. Algunas veces me espeta: «Es que vosotros, los de vuestra edad…».
Y es curioso: tengo los mismo sentimientos, las mismas emociones, casi las mismas ilusiones que cuando tenía 26 años. Quizá las racionalice o las maneje de otra manera. Pero son las mismas que cuando tenía 26. Lo juro.
Tengo 8 años. Tengo 15. Tengo 26. Tengo 44. A veces siento que tengo el tiempo en mis manos; a veces siento que soy minúsculo y ligero y que me arrastra la corriente de un riachuelo. Tan joven y tan viejo. Tan niño y tan adulto. Hijo y padre, marido y amigo.
No sé lo que soy, si es que soy. De lo único que tengo certeza, porque me lo dice el corazón, es que la edad biológica no tiene, absolutamente, ninguna importancia.
Qué vitalidad transmites,así da gusto. Un besazo!
Me encanta lo que has escrito, yo tengo 60 y me siento igual que tu.
Ana Gonzalez
Un beso enorme, Ana. Gracias por leerlo. Me alegra tener el mismo latido 🙂
Gracias, Paula. Vital eres tú. ¡Y cómo se te nota! Qué bueno es tenerte por aquí.