Cuando era pequeño, mi padre, a veces, me sorprendía cuando, al llegar del trabajo, me traía un buen taco de sobres de cromos. Era maravilloso tenerlos en las manos: su tacto, su olor, esos colores tan llamativos. Pero lo mejor de todo era saber que mi padre se había acordado de mí camino a casa. Y hoy, cuando mi padre tiene 86, me acuerdo de esto, a pocos días de cumplir 49 y cuando veo a mis hijas, de 12 y 9 años.
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