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Tenía que hacer tiempo, así que me metí en una conocida gran librería de varias plantas. Había libros, cedés, películas, camisetas de series, pósters y demás merchandising molón. Pero entre tanto hipster y nuevos modernos, entre tanto adolescente y jóvenes tardíos, me sentí muy fuera de lugar.
Luego fui andando hasta la Plaza Mayor y me detuve frente a las tiendas de sombreros. Siempre me han llamado la atención. Hacía casi 40 grados y pasé a un bar, justo al lado de ése otro que frecuentaba de joven. Mi antiguo Instituto, el San Isidro, quedaba muy cerca. Mi Instituto es uno de esos lugares, por suerte aún anclado en mi memoria, que yo visito cuando necesito recordar cuáles eran mis objetivos vitales antes de haber cumplido los veinte años.
Posiblemente, el Instituto que viví no fue tal como lo recuerdo ahora. Posiblemente esos recuerdos son mentira. Pero ésos y no otros, esta Plaza Mayor con sus soportales y sombrererías, y estos bares donde sirven bocatas de calamares son algunos de mis lugares en el mundo.
(*) Gracias, Chema y Carmen, Carmen y Chema, por la maravillosa tarde que me brindasteis luego.
Desde el recuerdo de un bocata de calamares y una caña a cinco duros, lo real es lo recordado, y más aún: lo recordado y compartido. Más allá de los documentos y las verdades administrativas (permíteme el oxímoron) sólo cuenta lo que recordamos y lo que nos recuerdan.
Quedan lejos los tiempos en los que suplíamos el desconocimiento con ilusión, y ganas de hacer. Hoy con ilusión, con conocimiento, y con ganas de seguir haciendo, sólo puedo decirte que no se me ocurre mejor idea que vestir un fedora o borsalino «au naturel».
Pago yo las cañas.
D.
Me llevaré mi gorra ;), amigo. Pago los bocatas. Abrazo grande.
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