Le tuvo más de diez minutos al teléfono. Era una chica. Le vendía una rodillera. Al principio él fue muy amable con ella. Le dijo que no le interesaba, que ya estaba operado de menisco. Y ella seguía. Y le decía que no sólo valía para la rodilla, sino para el codo, para el cuello y que era buena hasta para las varices. Y él le decía que no gracias. Y se le pasó por la cabeza colgar. Y entonces él recordó aquellos días en los que tuvo que trabajar en tantos y tantos trabajos grises de temporadas grises en los que llegaba a casa hecho una mierda.
Al principio fue amable con ella. Y al final también. La vida es muy jodida para todos en estos tiempos. Lo que ocurre es que cuando estamos bien se nos olvida lo mal que lo pasamos un día y creemos que estamos a salvo de cualquier mala racha.
La chica le dio las gracias por ser educado y le deseó una fantástico día. Él también se lo deseó a ella y cuando colgó el teléfono sintió un pellizco en el corazón.
No cuesta nada ser amable con los demás; ponernos en el sitio del otro. Porque la vida puede dar muchas vueltas y a nosotros también nos gustaría que nos trataran bien si tuviéramos un trabajo gris.
Muy buena reflexión, Juan Pedro.
Un saludo.
Nunca debemos dejar de tener esta percepción. Un millón de gracias, Lola.