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El constante objetivo vital de Margaret Lester

En 1905, cuando ya había cumplido la por entonces muy considerable edad de cuarenta años, la botánica Margaret Lester mantuvo una agria discusión con la Royal Geographical Society. Algunas crónicas dicen que la disputa estuvo a punto de acabar en los tribunales.

Lester quería ser aceptada por la Royal en un último intento de encontrar patrocinio para un viaje científico a Perú. Los directores de la Institución adujeron que el proyecto presentado por la botánica y profesora de Ciencias Naturales carecía (paradoja) de una base científica estable para ser tomado en serio.

Aunque años antes la Royal Geographical Society había admitido a mujeres como miembros de pleno derecho, Lester sospechaba que detrás de la negativa se encontraban motivos de índole personal. ¿Por ser mujer? ¿Por no pertenecer al stablishment? ¿Por las desavenencias entre su marido y algunos miembros de la directiva? Quién podía decirlo. A lo mejor podía ser mala suerte, simplemente. O quizá, también, porque el proyecto era malo y había que asumirlo.

Prometedora científica

En su juventud, Margaret Lester fue una prometedora científica. En realidad, nunca había dejado de serlo. Sólo que sus clases en el College y la crianza de sus tres hijos habían ralentizado la consecución de objetivos mayores.

Desde hacía años, Lester quería viajar a Perú para estudiar plantas medicinales y aplicar sus conocimientos en Europa. Bien es cierto que podía viajar por su cuenta o tomar como destino otro país más cercano (del sur de Europa o de África, por ejemplo).

Pero Lester se había propuesto ese objetivo: aplicar conocimientos botánicos adquiridos en Perú. Ese y no otro. Y todos, absolutamente todos, le decían que ya era muy mayor para conseguirlo. Todos le dijeron que lo más cristiano era aceptar la realidad y dar gracias al Señor por lo mucho que la vida le había traído, como aquel empleo en el College. Incluso se lo decía su esposo, el oficial John Seaman quien (he aquí otra paradoja) era filántropo desde que se había licenciado en el Ejército de Su Majestad.

Nunca deje usted de ser quien es

Pero, un día, Lester se encontró con un viejo profesor de la Universidad. Le llamaremos C. S. puesto que su identidad aún no está comprobada del todo. Ella le invitó a tomar el té en su casa y allí, dos días después, con puntualidad británica y con su mejor levita, el viejo profesor acudió a la cita.

Al cabo de un buen rato, y tras haber escuchado atentamente todos los problemas que su antigua pupila tenía con la Royal y con la consecución de su objetivo, el profesor le dio un consejo:

–Margaret, yo la conozco bien —dijo mesándose su barba blanca–. Usted necesita seguir investigando. Investigue. ¡Investigue! Da igual que la Royal no la acepte o que, incluso, sus amistades más cercanas hayan perdido la fe en la consecución de su objetivo. Usted investigue. Quién sabe si dentro de un año o dos aparecerá un mecenas. Quién sabe si al final ni siquiera le hará falta. Nunca deje usted de ser quien es.

–¿Y si no lo consigo, profesor? Es complicado.

–Usted no necesita ni la aprobación de los demás ni sus buenos augurios. Como buena científica, sabe que en una pequeña muestra se esconde la esencia del todo. Siempre que siga investigando, siempre que siga preparando esa expedición a Perú, siempre que ame todo lo que hace, todo eso y mucho más se estará consiguiendo. Espero, por supuesto, que esta misma noche (qué digo, ahora mismo, cuando yo deje su domicilio) usted abra sus cuadernos, tome su estilográfica y siga con sus investigaciones con el microscopio al lado.

Durante toda su vida, el despacho de Margaret Lester estuvo con la luz encendida hasta entrada la madrugada.

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