Cuando abrí los ojos me zumbaban mucho los oídos. Estaba tumbado en el suelo, boca arriba, y veía el cielo. De inmediato advertí cierto olor a pólvora y a barro. Sentí que mis ropas, de tela burda, estaban mojadas. Empecé a moverme: tenía todo el cuerpo entumecido.
De repente, ante mi campo de visión asomó una cabeza. Un muchacho, mal afeitado, me dijo con acento del sur:
—Un obus est tombé très près de vous. Ami, tu es né de nouveau.
Me ayudó a incorporarme. El chico estaba muy sucio. Olía a sudor y a podrido, y tenía las manos descuidadas y las uñas algo largas y negras. Pero era mi ángel de la guarda y no era plan criticarle.
Me di cuenta de que los dos vestíamos uniforme militar azul, y, entonces, empecé a comprenderlo todo. A lo lejos oí unos aviones y giré la cabeza. Era lo que me temía: una escuadrilla de biplanos.
—N’ai pas peur. Ils sont à nous
Pero no me asustaban los aviones. Había saltado a 1916, me encontraba quizá en Verdún, y comprendí que iba a tener muy, pero que muy difícil volver a casa.