Hace una noche fantástica. Aquí en la terraza se está bien, ¿verdad? Yo siempre riego las plantas por las noches, de madrugada. Mira, esos de ahí son los geranios que viste en Instagram. Los que están más cerca, sí ésos, son del verano pasado. En invierno los cuidé mucho y fíjate cómo están ahora. Los del fondo me los dio mi vecina Alicia. Son silvestres y resisten más.
Éstas de aquí son gitanillas, ¿ves? Son como geranios que caen. Tienen una flor preciosa. Y eso de allí que está en la jardinera, que parece césped alto, son en realidad bulbos. No han florecido todavía, pero tienen una flor como una amapola violeta. Y también, mira, aquí tengo lavanda y aquí romero. Hay noches que, después de regar, huele muy bien.
Venga, ahora un chin-chin. Quién nos lo habría dicho, con lo que hemos sido y esta noche estamos brindando con cerceza sin alcohol. Madre mía.
Luego me suelo quedar mirando a la urbanización. Mejor dicho, a la urba de enfrente. Me gusta mirar las ventanas. La luz que tienen. Casi todas suelen ser cálidas. Hay algún vecino que pone colores fríos o luces psicodélicas que cambian e color como en las discotecas. Pero son los menos.
Es curioso, los vecinos están ahí. Pero apenas los veo. Esto es como la vida. Tú miras a las personas, pero en realidad estás viendo un balcón o una ventana. Porque se esconden y lo bonito es adivinar quién vive dentro. Pero siempre sin molestar.
Hay noches que cuando estoy en la terraza, como tú y yo ahora, me gusta esconderme en un rincón porque intuyo que en la urba de enfrente también hay alguien que me está mirando. Me escondo, como los soldados de la Primera Guerra Mundial en las trincheras. Mañana será otro día, pero hoy, ahora, estamos aquí tranquilos. Cogiendo fuerzas.
Chin-chin.
Y ya si vemos una estrella fugaz será la leche.
Imagen: Jeffrey Betts en StockSnap.io