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Gorriones y palacios de invierno

Querido amigo:

No te preocupes porque las golondrinas se hayan marchado y se hayan llevado con ellas el verano. Nos quedan los gorriones. Fíjate bien en ellos: son pequeños, casi siempre están sucios y parecen tan insignificantes que poca gente advierte su presencia. Pero su piar es uno de los mayores placeres que puedes encontrar por las calles de tu ciudad si, llegado el otoño, afinas el oído y abres tu corazón para encontrar pequeños tesoros.

Últimamente su hábitat se ha visto amenazado por otra serie de pájaros. Hace tiempo fueron las palomas (siento decir que no me caen nada bien). Hoy, al menos en Madrid, son las cotorras, que acampan a sus anchas en muchas zonas de la capital, obligando, con su verde descaro, a irse de los parques a sus primigenios moradores.

Si te paras a pensar, algunos amigos son como cierto tipo de aves migratorias: van y vienen con el buen tiempo (no me refiero sólo al atmosférico). Y, ciertamente, su alboroto en el cielo es precioso y alegra los corazones. No hay que molestarse si se van. Deben hacerlo. Tampoco hay que obligarlos a quedarse; la amistad verdadera no entiende de obligaciones ni de falta de libertad. Déjalos ir. Ya volverán con el buen tiempo, como las golondrinas, alegrando las mañanas y las tardes de verano. No les pidas nada y dales todo lo que puedas, lo que te salga del corazón. ¿Acaso no lo merecen? ¿Acaso no hay granujas adorables?

Hay otro tipo de pájaros, más sencillos, más humildes, que están ahí siempre. Parecen poca cosa, parecen descuidados. Pero nunca nos dejan solos. Son amigos nuestros todo el año; su piar, muy sencillo, aparece cuando afinamos el oído y estamos dispuestos a encontrar pequeños tesoros, que a la larga son los que nos acompañan toda la vida. Son amigos de verdad, quienes nos acompañan en nuestros cuarteles de invierno, quienes merecen vivir con nosotros todos nuestros veranos.

Te quiero mucho, verdiano. Te deseo que empieces bien este otoño.

Publicado en Cuentos de Zorro, Lo más leído

3 comentarios

  1. Paula

    Y que mi amiga Montse me llame «gorrión» no es casualidad…jejeje.
    Ayer estuve a punto de pedirte un post,que ya los extrañaba.
    Ah! Yo también odio a las palomas y a las gaviotas,ratas voladoras.
    Un abrazo!

  2. Pingback:Habrá que reinventar el verano – La sonrisa de Verdi

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