Hiroshi Nakahara es un arquitecto de cuarenta y ocho años, casado y padre de familia, que bebe en exceso y que está cansado de su vida rutinaria. Piensa mucho en el pasado (quizá demasiado), concretamente en la última etapa de su niñez, cuando su padre decidió abandonar a su familia y ésta tuvo que empezar de cero una nueva vida.
A la vuelta de un viaje de trabajo, Nakahara confunde el tren de vuelta y, sin querer, toma uno que le llevará al pueblo de su infancia. Una vez allí, para aprovechar el tiempo, visita el cementerio donde están enterradas las cenizas de su madre.
Frente a la tumba, empieza a encontrarse mal y pierde el conocimiento. Cuando vuelve en sí cree que la causa del desmayo es todo el alcohol que ha bebido. Quiere dejar el lugar y marcharse a su casa cuanto antes. Sin embargo, empieza a darse cuenta de que el ambiente del cementerio, siendo el mismo, es también distinto. Algo ha cambiado y no sabe explicar el qué. Con una mezcla de asombro y estupor, observa que su cuerpo también se ha transformado: está más ligero, más joven, como cuando él tenía catorce años. Una vez fuera del cementerio ve que las calles vuelven a ser como hace décadas: los comercios de antes vuelven a estar abiertos, los vecinos de su niñez pasean delante de él y le saludan como como si el tiempo no hubiera transcurrido. Nakahara comprende, en definitiva, que ha dado un salto en el tiempo, que vuelve a tener catorce años y que, quizá, esta vez, puede cambiar el rumbo de su vida y de su familia. Se da cuenta de que puede impedir que su padre los abandone.
¿Logrará su propósito? ¿Los capítulos de nuestra vida suceden por casualidad? ¿Es posible cambiar nuestro destino y a qué precio?
Hace mucho, mucho tiempo, un viejo sabio me dijo que los objetos materiales (una carta, unas tijeras, un simple palo) están cargados de energías positivas o negativas. Cuando tuve en mis manos Barrio lejano supe de inmediato (incluso antes de leer su sinopsis) que esta novela gráfica iba a gustarme. Más de cuatrocientas páginas de placer y de sintonía que continúan cuando uno ha cerrado el libro. Una delicia.