Después de comer en la Plaza Mayor (un bocadillo de calamares, como manda la tradición), Marta, las niñas y yo pasamos a una heladería de reciente apertura. Es un negocio gallego (de Ferrol, creo). La chica que nos atendió dijo que era de Vigo.
–¡Anda, Vigo! –exclamé–. Ahí estuve yo un tiempo de mi vida. Haciendo un curso en la ETEA.
–Ay, la ETEA –constestó la dependienta, muy amable–: ahora está toda abandonada. Está muy mal cuidado todo aquello.
–Sí, me han mandado fotos. Con lo que fue. Yo estuve allí en el 88. Con 18 años. Tú ni habrías nacido.
–No, no había nacido aún.