Por regla general, las aulas universitarias son lugares mágicos. Cada curso son frecuentadas por docenas y docenas de jóvenes que tienen sueños y que piensan, afortunadamente, que éstos pueden convertirse en realidad.
Los chicos no lo saben o no se dan cuenta, pero el caso es que impregnan las aulas con su luz.
A veces, en clase, hay momentos de comunión en los que el tiempo se para y se escuchan los latidos de los corazones. Es como si los chicos adivinaran su futuro, como si levantaran los naipes de su destino.
En las aulas también he reencontrado al alumno que fui. En las aulas trabajo para ser la persona que quiero ser.
Y yo quiero seguir siendo profesor.
Mis mejores recuerdos son de un aula, aunque no universitaria, en las clases de literatura española con el gran profesor Pepe Farreras. Lástima que también quieran recortar el gran privilegio que es asistir a una clase y absorber los conocimientos que te proporciona otra persona. Lástima.
¡¡¡Cuánta hermosura en tan pocas palabras!!! Un beso muy grande desde el otro lado del mundo
IRIS: Gracias por tu comentario. ¡Cuanto tiempo! Qué hubiera sido de nosotros sin aquellos profesores de literatura de los institutos, ¿verdad? No creo que puedan quitar ni esos privilegios ni esos derechos… Un fuerte abrazoAMELIE: Ya me contarás a tu vuelta. ¡Qué suerte! Gracias por leerme desde el otro lado del mar.