Anteayer, desde el autobús, camino al trabajo, vi una escena curiosa que sucedía al otro lado de la ventanilla.
Acababa de amanecer y pasábamos por una zona ajardinada de Leganés. El suelo estaba cubierto por una densa alfombra de hojas secas. Dos hombres, uno maduro y otro joven, se disponían a limpiarla. Estaban uniformados con el clásico traje verde fluorescente y botas recias con el que el ayuntamiento equipa a este tipo de operarios. Uno de ellos, el joven, se estaba cargando, a sus espaldas, una mochila mecánica, de ésas que expelen aire a presión por una manguera para amontonar las hojas en un sitio y luego sea más fácil recogerlas.
Es aquí donde viene lo curioso. El chico tenía la mirada perdida y triste, una de las más tristes que he visto últimamente. Le costaba ponerse bien la mochila. ¿Le habría pasado algo? ¿No estaría a gusto en su trabajo?
El compañero, un hombre cercano a los sesenta, de pelo canoso, se acercó por detrás y, casi con el cariño de un padre hacia un hijo, tomó la mochila con las dos manos para que al chico le fuera menos dificultoso ponerse el arnés.
En esta escena ambos estaban parados. Pero, en realidad, estaban caminando uno al lado del otro.
A veces tan solo es necesario que alguien camine a tu lado, aunque no diga nada, aunque critique aquello que estás haciendo mal… No importa el tamaño de los pasos, solo que estén ahí, a tu lado. ¡Qué gran tesoro es tener quien camine contigo!Un saludo!
Un saludo, Caramelito. Gracias por pasarte por aquí.
Recientemente hablaba en Montevideo (¿o fue en Buenos Aires? en cualquier caso fue con una amiga uruguaya) sobre la necesidad de encontrar a alguien capaz de seguir mis pasos. En el mismo instante en que pronuncié esas palabras, mi amiga iba a corregirme y, antes de que ella lo hiciese, modifiqué mi frase: «no, en realidad, necesito encontrar a alguien que me acompañe». Y sí, amigo, nada mejor que eso en la vida: alguien que camina a nuestro lado…Sobre la escena que viste, además de bellamente recreada, debo decirte que hay mochilas que pesan demasiado, aunque estén cargadas de aire…Te mando un beso enorme en mi ‘reentré’ en tu lindo espacio.
La sonrisa de Verdi luce poco si tú no estás por aquí, Amelie. Te hemos echado de menos.No sé si soy yo, o esta vez has estado más perdida que en otras ocasiones. ¿Me equivoco? Si es así, enhorabuena, porque, al fin y al cabo, uno viaja para perderse y reencontrarse (dios, sin querer me ha salido el eslogan de un conocido anuncio, perdón).Como bien dices, es bueno y hermoso tener a alguien que camine a nuestro lado. También es bello que nosotros caminemos al lado de alguien. Ser escuderos, acompañantes, ángeles (como decía Blas de Otero) «fieramente humanos». Es bonito estar acompañado y acompañar. A veces físicamente; otras, con el ánimo. Pero estar ahí.Como siempre estás con nosotros, amiga. ¡Bienvenida!
Juan Pedro que suerte tienen tus niñas de crecer bajo tu mirada. Y tu compañera :)(no es la manera de expresarlo pero estoy muy parca en palabras y también muy agotada)
Gracias por tus comentarios, María. Es un honor recibirlos. Por cierto, ¿por qué estás agotada?Un saludo