Añoro la vida de piscina, ahora que está cerrada en mi urbanización. Si tú no tienes piscina, da igual: al leer este post puedes cambiar la palabra «piscina» por «bar«, «parque» o «plaza» de tu barrio, por ejemplo. El resultado será el mismo.
Verás: en nuestra urbanización tenemos una piscina minúscula, a la que bajamos casi siempre los mismos vecinos. Allí, en chanclas y con camisetas de publicidad (de esas feas que a veces nos regalan), allí, con el mismo bañador de todos los veranos, los vecinos nos comportamos tal como somos realmente. Todos sabemos o intuimos, de todos, nuestras virtudes y nuestros defectos. Y todos nos aceptamos porque, en esencia, todas las personas somos iguales.
En la piscina no nos definen, de ninguna manera, nuestras profesiones. Da igual que seas administrativo, diseñadora, autobusera o el mismísimo papa de Roma. La Ley de la Piscina dice que, en el recinto, lo realmente importante es:
- Que seas buen vecino
- Que sepas escuchar
- Que seas educado
- Que seas tolerante con los niños
gritones y que se tiran a bomba - Que seas atento con las personas mayores
En la piscina (como tú en tu bar preferido, en tu parque o en la plaza de tu barrio) casi siempre charlamos sobre las cosas importantes de la vida. Por ejemplo: nuestros hijos, sus coles, los trucos que tenemos en la cocina, el último libro que estamos leyendo, la serie a la que estamos enganchados, o quién ganará la próxima Liga.
Las conversaciones sobre fondos de pensiones, contratos laborales o seguros, por ejemplo, se reservan para otros lugares y otros momentos.
A veces, cuando escuchamos a un vecino, podemos adoptar una postura grave y ceremoniosa aunque vayamos en chanclas, porque la Ley de la Piscina así lo permite.
Y otras veces podemos hacer las tonterías que nos dé la gana: reírnos a carcajadas, contar chistes a sabiendas que son malos o nadar aposta con estilo perrito, porque la vida de piscina se basa en que seamos naturales y no tengamos vergüenza.
Chucherías, refrescos y patatas
Alguna que otra tarde, un vecino o vecina reparte entre los niños y niñas chucherías que acaba de comprar en un chino. Otras tardes alguien baja unos refrescos o unas patatas fritas.
En la piscina yo soy Juan, el padre de Mónica y María, el marido de Marta. Mi máximo logro, del cual me enorgullezco de forma infinita, son mis geranios. Adornan mi balcón: hojas de un verde oscuro vivo y flores rojísimas, preciosas. Mis geranios tienen varios años y han sobrevivido a Filomena. Y justo antes de la próxima primavera, cuando los pode, voy a repartir esquejes a todo vecino que me pida. Incluso de la urbanización de al lado, si quisieran.
Mi máximo placer es hacer el tonto con mis hijas, hacer reír a mi mujer, y ver y escuchar cómo los vencejos vienen y van.
Cuánto echo de menos la vida de piscina. De verdad te lo digo.