—¿Quién soy yo? —le preguntó Tejón a Zorro—. Las golondrinas me desprecian. Los conejos me odian. Los cazadores quieren arrancarme la piel. Creo que mis únicos amigos son los jabalíes. ¿Qué soy yo, Zorro? ¿Puedes ayudarme? ¿Puedes darme un consejo?
Zorro sabe que no es bueno dar consejos. Todo consejo es estéril y equivocado. Ya se lo explicó a él un maestro druida tiempo atrás: los consejos se formulan partiendo de impresiones o informaciones casi siempre erróneas. La única solución es que Tejón se conteste a sí mismo. Y que sienta (no que piense, sino que sienta) lo que de verdad es.
—¿Me acompañas al río? —preguntó Zorro—. Tengo sed. ¿Quieres beber tú también?
Y cuando Tejón acercó su hocico al espejo del agua, vio reflejados en él unos ojos pequeños pero de color azabache y llenos de vida.