Como un loco, hoy me he descubierto de nuevo hablando con mi padre. Confieso que a veces le hago preguntas sabiendo que no obtendré respuestas sobre ellas a corto plazo.
Como el tiempo no existe o es relativo, soy consciente de que las frecuencias entre dimensiones pueden tardar (dado el plano material donde me encuentro) desde segundos hasta años.
Pero no me preocupo. Yo lanzo la pregunta y sé que alguna vez obtendré la respuesta.
A veces, cuando estoy relajado y tengo la mente en blanco, me llega la voz de mi padre diciéndome que me quiere. Es curioso: no es ningún recuerdo ni ninguna huella sonora, pues mi padre nunca me dijo que me quería de una forma, digamos, literal. Para demostrarlo él utilizaba otras fórmulas y otras maneras de niño de la guerra y viejo ferroviario. Pero, sí, el caso es que la experiencia es curiosa: me llega el mensaje completo, como si fuera una misma cápsula de información. «Te quiero». O, a veces, algo más impersonal: «Tu padre te quiere».
A mi padre y a mi madre les digo muchas veces que les quiero. Todos los días. Les pido ayuda y protección para mis hijas y para mí y sé que están con nosotros.
Si todo va bien, volveré a verlos cuando yo sea un venerable octogenario o nonagenario. Será curioso sentirlos y casi verlos cuando los tres tengamos la misma apariencia de ancianos.
Aunque, dicen, cuando estamos al otro lado escogemos la apariencia que más nos ha gustado en este plano material. Yo escogeré la de venerable anciano, y estoy casi seguro de que mi padre habrá escogido la imagen fuerte y atlética que tuvo casi siempre y mi madre tendrá esa sonrisa que tienen todas las madres.