Uno de los primeros viajes mágicos que viví fue el que tuvo París como destino. Lo hice con mi amigo Ricardo y fue una decisión tomada en cinco minutos, como tantas y tantas decisiones acertadas que los amigos tomábamos entonces, delante de una cerveza y un viernes por la noche en Huertas.
Por aquellos tiempos yo estaba a punto de terminar Periodismo y acababa de cortar con una chica de clase con la que estaba saliendo. Mis compañeros (y ella en el grupo, lógicamente) habían organizado un viaje de fin de carrera a Canarias y a mí, sinceramente, no me apetecía para nada ese plan.
Por eso, cuando aquel viernes le dije a Ricardo que todos se iban a Canarias y que yo prefería quedarme en tierra, él espetó:
–Pues tú y yo nos vamos a París, tío. Con un par. ¡Mañana mismo sacamos los billetes!
Así fue. Como nuestro presupuesto era ínfimo, tuvimos que contratar un viaje organizado. Autobús, carretera y manta. Tras pasar los Pirineos comprendimos que ser pobres, viajar en autobús y tener el culo plano y dolorido por el trayecto no molaba nada.
Pero teníamos un Plan B: era vital desmarcarnos del grupo para hacer nosotros nuestro propio viaje. Dicho y hecho. Hablamos con la guía, no puso ninguna objeción y, mientras los demás visitaban a Mickey Mouse en Disneyland Paris, Ricardo y yo nos dábamos una vuelta por Montmartre, cruzábamos el Pont Neuf o, simplemente, callejeábamos y nos mezclábamos con la gente.
El hotel era infame, como no podía ser de otra manera. En la habitación, encima de mi manta, había docenas y docenas de pelos de inquilinos anteriores: pelos largos y cortos, rubios, morenos, pelirrojos. Las paredes estaban desconchadas. Abrías la ventana y encontrabas la vista de un magnífico, parisino e inigualable patio interior oscuro.
En fin, todo nos empujaba a salir a la calle, a caminar, a tirar del mapa.
Estuvimos caminando los cuatro días que pasamos allí. A veces incluso comíamos andando y, cuando estábamos cansados, cantábamos para animarnos. Lo hacíamos los dos juntos, acompañando con palmas, como debe ser. Cantábamos mucho el Weather with you o Italian plastic, de los Crowded House, o cualquier otra canción popera que nos gustara.
Sacamos muchas cosas positivas de aquella aventura. Por entonces teníamos muchos sueños y aquel viaje sirvió para exteriorizarlos y para pedir al destino que se convirtieran en realidad: trabajar en Comunicación, escribir, creer en el amor, conservar y alimentar la amistad.
Fueron muchos los momentos de risas y aquí sería imposible escribirlos todos (hay una historia inconfesable de un desayuno y un grupo de belgas). Lo más importante para mí fue que redescubrí a mi amigo Ricardo, al que sigo redescubriendo cada cierto tiempo, muchos años después, cuando hablamos de fútbol, política, nuestros trabajos, nuestras mujeres o nuestros hijos.
Nos prometimos que algún día volveríamos con nuestras respectivas esposas (promesa que aún está sin cumplir). En cierto modo, fue un viaje inconcluso. Como la vida. Como los cientos de sueños que aún están por hacerse realidad.
Ah, en la foto de arriba estamos Ricardo (alias Richi, el Richal, Rick, o Richard McIntosh) y mi menda. Estábamos más delgados, pero creo que hemos mejorado con los años. Debajo os dejo el vídeo de Weather with you. También os hago una recomendación: si queréis leer sobre buenos viajes (interiores y exteriores), pasaos por Mis pies sobre la ruta, de nuestra amiga Amelie.
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Yo tuve también un viaje de plan B, pero fue a Suiza, en coche, con mi pareja, con la que llevaba escasamente un mes y todos sus hermanos. Fue largo, incómodo por mi gran timidez, bonito y excitante, y lo recuerdo con gran cariño y nostalgia. La misma nostalgia que siento al escuchar a Crowded House… y al pensar en París, mi destino fetiche.
No sé qué decir. Estaba volando y emocionándome con tu crónica del viaje y, cuando llego al final y veo que me mencionas… En fin, gracias por tus palabras, AMIGO.Hay un libro maravilloso, de Alain de Botton, titulado «El arte de viajar», que habla justamente del viaje como estado anímico, es decir, lo que provoca, emociona o desilusiona (también por qué no) un desplazamiento a algún lugar, sol@ o acompañad@. Muy recomendable.A esto me llevó tu escrito de hoy, a pensar en esos viajes en los que siempre aprendo, en los que siempre crezco, sea en un paseo por el metro de Madrid o en un atardecer viendo ponerse el sol tras los ‘moais’ en Rapa Nui (isla de Pascua). Después de decir esto, te doy la razón en eso de que París hay que patearla, por muy bien que vaya el metro y lo útil que sea, nada como perderse por sus calles, bordear el Sena, recorrer de un extremo al otro (yo casi lo hice, claro al día siguiente en el avión pedía recambio de todos mis huesos jajaja) y eso sí, debo decir que yo fui de viaje de fin de curso con mis compis de facultad (incluido ése que tú y yo conocemos) a Canarias. Y que lo disfruté mucho. Creo que cada cosa (lugar) también tiene su tiempo. Y yo fui a París en 2005, después de ver «Amelie»…Bueno, amigo, vaya rollo que acabo de soltarte. Como hoy vamos de recomendaciones, te paso el enlace de otro amigo escritor: Ernesto Calabuig (http://blogernestocalabuig.blogspot.com)Un beso enooooooooooorme y suerte en el viaje de la vida
Se me olvidó decir que me encanta Crowded House…
Aix, me acabas de alegrar el día con banda sonora incluida No dejes de escribir nunca, por favor
IRIS: Qué emocionantes eran esos primeros días de noviazgo, ¿verdad? Tu viaje tuvo que ser fantástico: conociendo a tu pareja y, al mismo tiempo, un lugar idílico. ¿Cuántos ibais en el coche? Eso sí que fue una aventura.AMELIE: El blog que me has recomendado es muy bueno. No tengo nada contra Canarias, que conste (he ido varias veces con mi mujer y con mi hija y me lo he pasado fenomenal). Pero sí que tenía algo en contra de «ese» viaje en concreto a Canarias. Por cierto, cuando te leo me doy cuenta de la gran diferencia entre un turista y un viajero. Tú viajas y disfrutas del trayecto incluso en las situaciones más cotidianas, y por eso tu espíritu siempre crece. ¿Por qué no escribes un libro, compañera? Creo que debes compartir todo eso que llevas dentro y darle a los sentimientos forma de papel (aunque sé que los das, gracias al taller…)NÚRIA: Tú sí que nos alegras el día con tu maravilloso blog. Gracias, de corazón, por los ánimos.
¿Qué decir después de todo lo que ya se ha dicho? París es, como todas las grandes ciudades, para conocerla pateando sus calles y rincones. Es la única forma de conocer, por ejemplo, que muy cerca de Notre Dame -donde se quedan todos los turistas- existe una joya del gótico -dentro del Palacio de Justicia- como es la Sainte-Chapelle y sus sobrecogedoras vidrieras.Sí, París es una de esas ciudades que, a poco que sepas salirte del inevitable circuito para «turistas de paso», te enamora y te pierde, porque sabes que algún día tendrás que volver a ella.La he visitado en tres ocasiones y sé que aún me quedan muchas citas pendientes con sus calles.Emocionante texto, amigo.