Hoy, a las diez y cuarto de la noche, aún era de día y todavía volaban los vencejos cerca de mi terraza, montando alboroto. Sé que no tiene importancia y que puede parecer pueril dedicarle unas frases a un hecho tan rutinario en estas épocas del año. Pero quiero escribirlo para que no se me olvide.
Las diez y cuarto
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Me viene a la cabeza una canción de Bryan Adams, «18 til I die» (18 hasta que muera), que nada tiene que ver con tu entrada pero sí me lleva a pensar en eso de la sorpresa, de la maravilla con que miramos la vida siendo niñ@s-adolescentes y en lo hermoso que es cuando mantenemos la vigencia de esa emoción siendo ya adult@s.A mí no me parece que fijarse en un atardecer, en los vencejos, en la calma de la casi noche sea rutinario. Eso es la Belleza: descubrir que cada uno de esos atardeceres, de los cantos de los vencejos, de esos silencios vecinales son diferentes de los del día anterior. Hay que estar muy atento, compañero, para paladear la vida en su esencia…Un beso enorme (y nada rutinario)
Otro beso para ti también, Amelie. Cuánta razón tienes cuando dices que los sonidos cotidianos son siempre distintos a los del día anterior. Al menos, así deben ser para que cada minuto de nuestro día cuente. No conozco la canción de Adams, así que la voy a escuchar «right now».¡Un abrazo enorme!