Hay que volver a reivindicar la figura de los perdedores. Sobre todo la de ésos que finalmente se salen con la suya, pero que nunca están en paz espiritualmente y siempre anhelan un poco más. La Historia del Jazz está jalonada por este tipo de biografías. A veces son crudas y sórdidas; otras, tienen un final feliz después de un largo penar. Ejemplo de éstas últimas es la biografía de Nina Simone, aquella muchacha que iba para concertista clásica y que, por su color de piel, terminó tocando el piano en un bar nocturno.
Nina no se llamaba así, sino Eunice Kathleen Waymon, pero tuvo que adoptar un pseudónimo para que su madre no se enterase de cómo se ganaba la vida. Escogió Nina Simone por el apelativo cariñoso Niña y por el nombre de una de sus actrices favoritas: Simone Signoret.
Se marchó de su tierra natal para huir del racismo y, tras un periplo que duró años, acabó viviendo en París. Ignoro si fue feliz en el amor. El caso es que una de sus mejores canciones Just in time, es la confesión de un amor agradecido y agraciado que ha venido tras años de tristeza y oscuridad. Un amor tranquilo y al mismo tiempo fuerte, lleno de energía y optimismo.
«Just in time you’ve found me just in time
Before you came my time was running low
I was lost the losing dice were tossed
my bridges all were crossed nowhere to go
Now you hear now I know just where Im going
No more doubt of fear Ive found my way
For love came just in time youve found me just in time
And changed my lonely nights that lucky day».
La primera vez que escuché esta canción fue con mi mujer al lado, en la sala de un cine. Y siempre que vuelve a sonar me doy cuenta de que los milagros existen.