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Como las personas

Esta tarde contaba a mis hijas, en plan abuelo cebolleta, por qué me gustan los gatos.

Les decía que todo empezó hace mucho tiempo, cuando yo tenía cinco o seis años. Mi madre tenía una amiga, una señora encantadora con mucho corazón y poca suerte, a quien veía de vez en cuando para hablar del pasado y hacerle compañía. Aquella mujer, a quien todo el mundo había dado la espalda, vivía con, nada más y nada menos, once gatos.

–¿De verdad, papá? ¡Once gatos!

–Sí, hijas: once gatos.

La mayoría eran recogidos de la calle y estaban asilvestrados. Y, mientras mi madre y su amiga hablaban de sus asuntos, yo me ponía a jugar con ellos sin saber del verdadero peligro acarreaba.

De forma natural me fui dando cuenta de ciertas prevenciones, como que puedes jugar y jugar con ellos, pero siempre sin acercar la cara, por si acaso. O, también, que si quieres que un gato confíe en ti en un primer contacto, debes enseñarle las manos abiertas, y dejarle que te las huela. Debes demostrarle así que no quieres hacerle daño. Mucho tiempo después, leí algo que yo también había comprobado: que cuando se acercan hacia ti con el rabo erguido es como si te dijeran hola.

Me di cuenta también de grandes secretos gatunos:

  • Cada gato tiene su gatonalidad, increíblemente parecida a la personalidad de los humanos. No hay dos gatos iguales.
  • Los gatos no son desagradecidos ni desagradables. Simplemente, son como las personas. ¿No me crees? Probablemente, si un extraño se acercara a ti por la calle y te quisiera sobar la cara y acariciarte el pelo, tú también le arañarías. ¿Y cuántas veces has puesto mala cara cuando tienes un mal día y no quieres hablar?
  • Los gatos son muy nobles. Prueba irrefutable: antes de arañarte de verdad suelen avisarte (con un bufido, o poniendo sus garras abiertas sobre tu mano, pero sin querer hacerte daño). Es como si estuvieran diciendo: «No te estás dando cuenta, pero ahora no quiero jugar contigo y me estoy enfadando». A veces, cuando están tumbados y se están empezando a enfadar, mueven la cola y dan golpecitos con ella en el suelo.
  • Los gatos captan tu estado de ánimo. Y experimentan amor, dolor, alegría y celos, por ejemplo. Como nosotros.
  • Es cierto que tú no eliges a un gato: él te elige a ti. Y si te pasa esto eres un tipo con suerte, porque tendrás a un amigo que te querrá hasta el fin de sus días.
  • Si quieres hacerte amigo de un gato no tienes que ser pesado. Pasa igual que cuando quieres hacerte amigo del vecino del quinto o del panadero, por ejemplo. Los plastas nunca son bien recibidos, ni por gatos ni por panaderos. Si quieres ligarte a alguien también te vale esta regla.

Dios mío, ¡qué parecidos somos los humanos y los gatos!

Publicado en Sin categoría

6 comentarios

  1. Paula

    Aayy Juan Pedro,casi casi consigues que me gusten los gatos…pero no puedo con ellos,lo siento. Cuando estoy cerca de alguno,no puedo evitar tener miedo y desconfianza,pero claro,si dices que nos parecemos tanto¿será que me pasa lo mismo con los humanos?…uummmm interesaaannteee,se lo comentaré a mi psicoterapeuta,jeje. Besoos!

  2. Iris

    Muy de acuerdo con todo lo que dices Juan Pedro. Yo descubrí a los gatos como grandes amigos y compañeros hace poquitos años y estoy encantada! 🙂

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