Éramos ocho o nueve chicos y chicas que nos habíamos reunido un domingo para hacer un trabajo de la Facultad. Elvira, una de las integrantes del grupo, había propuesto días antes que fuéramos a su casa a la hora de comer: así podíamos almorzar juntos y, justo después, ponernos con el trabajo.
Todos celebramos la idea.
Hicimos un fondo común y allí que nos presentamos con pollos, patatas fritas, croquetas, cerveza y refrescos. Alguno también se presentó con resaca de la noche anterior. Bullangueros, nos metimos todos en el dormitorio de nuestra compañera ante la sorprendida mirada de su padres. Aquello parecía, sin lugar a dudas, el camarote de los hemanos Marx.
Nos organizamos bastante bien: comimos, bebimos y nos reímos mucho. Las apreturas de espacio, que hoy con cincuenta nos parecerían incómodas, con veinte nos provocaban la risa. Cada poco rato, alguno recordaba eso de: «Oíd, que estamos aquí para hacer un trabajo».
Pero seguíamos hablando de nuestras cosas. Al hablar de parejas, uno de nosotros (no recuerdo quién) dijo: «El amor no existe» y Manuel contestó: «Si crees que el amor no existe es porque aún no lo has vivido». Lo dijo con tanta seguridad que, aún hoy, treinta años después, me acuerdo de ello.
Poco a poco empezamos a hablar de la tarea que nos habían mandando en la Facultad y por la que nos habíamos reunido allí.
Periodismo. Madrid. España. 1989
Roberto y Manuel querían trabajar en la radio. Tenían voz para ello y ya hacían sus pinitos. A Elvira y a Yolanda les gustaban el Arte y la docencia. Y tenían la inteligencia y el carácter suficientes para emprender esas misiones y muchas más. Yo quería escribir. Sólo quería escribir. Y ya había empezado a hacerlo.
Ni siquiera podíamos imaginar que, treinta años después, las cosas iban a ser tan distintas en forma pero tan parecidas en esencia. Si uno/una tiene vocación, de lo que sea, nada puede pararle. Si uno tiene vocación, de lo que sea, todo lo que venga será bienvenido.
Aquella tarde, entre aquellos amigos, supe (era totalmente consciente, mejor dicho) que estaba naciendo algo, que esas personas que me rodeaban eran muy especiales.
De repente, alguien llamó a la puerta de la habitación de nuestra amiga. Era su madre. Asomó un poco la cabeza y dijo: «Chicos, venid a ver los informativos. Están derribando el muro de Berlín».
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