Una mañana de hace pocos días, mis hijas y yo salimos a la calle para tomar el autobús e ir al pueblo de al lado. Íbamos a recoger nuestro coche, que desde hacía una semana estaba en el taller. Estábamos moderadamente felices, dispuestos a convertir en aventura un día que, a priori, se presentaba como los demás.
Hacía mucho calor y tuvimos que subir una cuesta muy empinada para llegar a la marquesina de la parada del bus. Una vez llegamos, pedí a mis hijas que se sentaran bajo su sombra. En un extremo del banco de la marquesina, estaba sentada una señora de unos sesenta años, malteñida de rubio y con cara de pocos amigos. Yo no lo sabía, pero nuestra mañana estaba a punto de torcerse.
Poco después de sentarse, mis hijas (7 y 4 años) se pusieron a cantar. Un anuncio. No pensaba deciros cuál era, pero sí lo haré para que veáis qué inocentes pueden ser dos personitas de pocos años. Cantaban el anuncio de Cola Cao porque les hace gracia. Lógico. Yo las miraba y sonreía.
En esto, la señora las dedicó una mirada dura y espetó:
–Bonitas, ¿y no sabéis rezar el padrenuestro?
Caramba. Eso era heavy. Mis hijas, lógicamente, no entendían por qué la señora les preguntaba eso. Yo tampoco.
Respeto (y casi admiro) a las personas con creencias religiosas. Respeto la espiritualidad y el ánimo de hacer el bien y ayudar al prójimo. Yo creo en dios; pero a mi manera, muy a mi manera. Y lo que no me gusta es que nadie me diga cómo ni de qué forma tengo que sentir algo que es íntimo.
–Perdone que me meta, ¿eh? –me dijo la señora–. Pero es que veo que en el mundo hay mucho… no sé… grosero. Hay mucho obsceno.
¿Obsceno? Juraría que me lo estaba diciendo con malicia, como si me quisiera juzgar por algo. Recordemos: mis hijas cantaban el anuncio del Cola Cao.
–Es que a los niños –continuó– hay que enseñarles otro tipo de cosas, ¿sabe?
En efecto, me estaba juzgando.
A ver, bonitas, ¿vais a misa? –dijo dirigiéndose a las niñas.
–Pare, señora, pare. Mis hijas han ido a un colegio religioso, han ido a misa, saben rezar y todo eso. Por favor, déjelo. (Omití decir que el curso que viene irán a un colegio laico).
–Es que usted no sabe quién es Dios. Dios es más grande que usted y que yo.
–Claro, claro…
–Sí, sí, míreme usted con esa cara, ande. Reflexione, reflexione… Luego nos quejaremos. ¿Sabe lo que le digo? Yo tengo una misión en esta vida, y es hablar de Dios.
–Pues enhorabuena, señora.
Molesta por mi ironía, la señora se levantó y se alejó unos metros de nosotros. Mascullaba algo.
Cuando llegó el autobús, la señora subió, lógicamente, antes que nosotros. Segundos después, las niñas y yo subimos y pagamos nuestro billete. Y ahí estaba la señora: cerquita, muy cerquita.
–Hijas, vamos al fondo del autobús –pedí para evitar conflictos.
–¿Por qué, papá?
–Vamos al fondo.
Y ahora viene lo mejor. Cuando pasamos por al lado de la señora, ésta miró hacia otro lado con asco ¡¡¡¡y se santiguó!!!! Toma ya, como si yo fuera el anticristo.
He estado 43 años de mi vida buscándome a mí mismo y descubrir así mi «nuevo yo» me deja, no sé, un poco descolocao. Es la primera vez que se santiguan a mi paso para evitar el mal. Me han cantado saetas en la playa (parafraseando el chiste de una conocida película) pero lo de santiguarse ante mí para alejar el mal, nunca. Qué cosas.
:::Conclusiones:::
- Hay que tener una mente muy calenturienta para encontrar un mensaje obsceno en la canción del Cola Cao
- Mi padre (83 años) tiene razón: «Hijo, córtate ese pelo y arréglate esa barba, que un día vas a tener un problema por la calle».
- ¿Por qué en vez de dar la chapa, los iluminados no nos dan, por ejemplo, un billete de 500 euros?
- Afortunadamente, hay gente religiosa con las facultades mentales intactas y que hacen mucho por los demás en estas épocas. Estas personas hacen que mantenga mi respeto hacia ellos. Pero, aviso: por favor, mantengan a raya a sus integristas.
:::Nuestra venganza:::
Cuando bajamos del autobús, las niñas y yo nos dimos la mano y fuimos cantando hasta el taller. Cantábamos muy alto y todo lo que se nos ocurría. A veces, parábamos y decíamos ¡Viva el verano! ¡Viva el verano! Creo sinceramente, que si existe dios debe estar, al menos un poquito, en las complicidades y el amor sencillo entre padres e hijos.
Que seáis muy felices y disfrutéis del amor y del buen rollo de vuestros seres queridos en estos primeros días de verano.
Me dejas con la boca abierta,te lo juro,y con unas ganas locas de cogerla por esa cabellera mal teñida… Miña pobre,cuando se encuentre con SU dios va a chupar una bronca que se va a cagar,por mala!! Grrrrrrrrr
Esa pequeña bronca divina se la tendría merecida por hacer una publicidad tan mala de su club. Esa señora iba «haciendo amigos». Ay… ¡Un besote, Paula!
El integrismo de este tipo siempre me crispa los nervios. ¿A qué viene tanto imponer? Yo no soy cristiano en absoluto, pero no voy diciéndole a la gente qué creer ni qué adorar, y mucho menos recriminando a padres sobre la educación de sus hijos… ¡El anuncio de ColaCao, por todos los dioses! A lo mejor la señora era más de Nesquick. Piénsalo…
Pues yo le daba una tacita caliente,a ver si se tranquilizaba. O un cola cao fresquito, a ver si despejaba su cabeza. En fin, que parece mentira que estemos en el siglo XXI, ¿verdad? Un abrazote, amigo Damián.
Míticas abuelas venenosas, no las detectas hasta que ya te han mordido y soltado su amargura. Menos mal que sólo cantaban el anuncio del Cola-Cao, madre mía si llegan a cantar algo de Shakira o Lady Gaga… ¡a lo mejor arde en llamas!
Jajajaja, Iris. ¡Pues le da un trun al ver el movimiento de caderas! Bueno, a esta mujer le daría un trun al ver bailar, incluso, «los pajaritos». ¡Un abrazote, Iris!
Iba a comentar algo ingenioso, pero, la verdad, con esta historia me has dejado sin palabras. Y, la verdad, a estas alturas ya sabrás que eso es algo bastante difícil.
Un abrazo, «Anticristo» 😉
Jajajaja, Ruymán, amigo. Es imposible dejarte sin palabras, a tenor de lo que escribes en tus fantásticos blogs. Te agradezco que me leas, pero me gustaría comentártelo de palabra y delante de una cerveza sin alcohol) aunque, como soy anticristo, tendré que ser más malote). ¿Cuando pasas por Madrid? Un abrazo enorme 🙂