En estos tiempos de autocontrol mental, me metí en la cama deseando tener un buen sueño, un sueño feliz. Dicen que funciona.
Y soñé, claro. Soñé que era un asesino a sueldo y que me tenía que cargar a una pobre mujer de Zaragoza que tenía una zapatería y un montón de deudas. Para llegar al local tenía que bajar unas escaleras inmensas de caracol. La zapatería era austera pero muy bonita, decorada con detalles color caramelo y con un género moderno, precioso. ¿Y la señora? Pues me caía bien. Cuando se enteró de qué hacía yo allí, llamó por teléfono a mis clientes (¿podría llamarlos así?) y, sin dejar de llorar, pedía que revocaran la decisión.
La situación se complicó cuando descubrí que la pareja que me hizo el encargo eran amantes o tenían una relación de dependencia entre ellos. Vamos, que yo era, más que un sicario, un pringao que tenía que asesinar a una persona para dejar vía libre al amor de otras dos.
Estuve todo el sueño intentando escaquearme del encarguito. Me desperté con la sensación de que finalmente lo conseguí.
Feliz Navidad.
Imagen: Ilustración de The Young Voyageur by Where to buy at Northampton. 1891. Original de la British Library, digitalizado por Rawpixel.