«Me gusta mi vida», se dijo ella cuando abrió el armario para ver sus vestidos de encaje blanco, esos que ya no se ponía pero que le gustaba guardar. Los iba rozando con la punta de los dedos, como si la memoria estuviera en el tacto de las manos y fuera más fácil viajar al pasado.
«Me gusta mi vida», se dijo. «Y me costó mucho llegar hasta aquí». Entonces reprimió una lágrima porque fue consciente de que algún día lo perdería todo. Quizá el secreto consiste en saber perder el apego a las cosas.