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Pío Baroja estudió en el Instituto San Isidro y hace referencia al centro en El árbol de la ciencia. Yo fui alumno de ese instituto (en la década de los 80) y aún siento la emoción que tuve al leer, allí mismo, las páginas que Pío había escrito sobre ese lugar en 1911.
El árbol de la ciencia es, sin duda, una de las mejores novelas de Baroja. Creo que todos los estudiantes de nuestra generación empezamos a amarle desde que nos zambullimos en sus historias, una extraña mezcla de novelas de aventuras, folletines y retratos introspectivos, ubicadas muchas veces en ese mismo Madrid que nosotros recorríamos, setenta años después. Más de medio siglo había pasado pero el alma de la ciudad seguía siendo la misma.
Lejos de diluirse, mi admiración por Baroja se ha acrecentado con los años. ¿Cómo sería él hoy? ¿Un Pérez-Reverte? Quizá sí, por la acidez e ironía de sus comentarios. Pero quizá no. La narrativa de Baroja deja entrever, además de cierta amargura, un poso de cariño por los seres humanos (en especial por los más desvalidos) que otros escritores de hoy, pese a su indudable maestría, no saben o no pueden transmitir.
Más arriba me he referido a Pío Baroja como Pío y no don Pío (como se le suele llamar). A los escritores que nos han tocado el corazón se les debe llamar por su nombre de pila, igual que hacemos con los amigos o con las personas por quienes sentimos un afecto incondicional.
Pío Baroja es uno de mis referentes literarios y el San Isidro es uno de mis lugares en el mundo.
Foto de la entrada: Claustro del I.N.B. San Isidro. Imagen tomada por mí, disponible aquí.
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