A veces, muy de cuando en cuando, me da por pensar cómo seré con ochenta años. Más que físicamente, me interesa saber cómo afrontaré esa última vuelta del camino (como decía Baroja) en el que, sin querer, las personas ajustamos cuentas con un pasado que, paradójicamente, está más presente que nunca.
Hace unos días tomé prestada de la videoteca de la universidad Fresas salvajes, de Ingmar Bergman. La había visto de niño (mejor dicho, recuerdo imágenes de niño, con mi padre al lado, un domingo por la noche allá por el 76) y siempre había querido volver a verla. La película (por si no sabes de qué va) trata de un médico ya anciano que tiene que hacer un pequeño viaje a una universidad cercana en donde le impondrán el título de doctor honoris causa. El hombre se dirige a la universidad en coche con su nuera, que piensa dejar a su esposo por no querer tener hijos. El viaje servirá al anciano para poner en claro muchos recuerdos de su niñez y juventud. Esta introspección le hará quedarse en paz consigo mismo y, lo más importante, le ayudará a demostrar su cariño a la gente que quiere. La muerte aguarda allí, cerca, donde uno menos lo espera. Sin embargo, lejos de ser una cinta triste, la película es un canto a la vida, una invitación a aprovechar las oportunidades que nos encontraremos en esa última vuelta del camino.
Excelente