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Unas gafas especiales (II)

Hoy, por casualidad, encontré en una página web esta foto de Cortázar, que es una de las imágenes preferidas que tengo de este escritor. En ella, posa con unas grandes gafas de sol, unas gafas superlativas, mirando a la cámara -intuyo- con un rictus a medio camino entre la solemnidad y la broma.

Quizá esas gafas tenían las dimensiones y el diseño dictados por la moda de entonces. Quizá. Pero, conociendo a Cortázar, a lo mejor no. Puede que el escritor se las pusiera como un juego a los que tan aficionado era, como un reto, como una complicidad, como una burla hacía sí mismo (como suelen hacer todas las personas inteligentes).

Yo no tengo unas gafas como Cortázar, pero, hace años, mi amigo Felipe me regaló unas muy, pero que muy extravagantes: parecían de aviador. Me horrorizaron la primera vez que vi a mi amigo llevándolas. Incluso me reí y le espeté, sin recato ninguno, que él (hombre serio y maduro) era mayorcito para ir disfrazado por la calle.

Empecé a callarme cuando Felipe me dijo que aquellas gafas tenían unos cristales especiales, con unos magníficos filtros de rayos UVA. Se las quitó, las puso al lado de una bombilla y comprobé, admirado, que era cierto: no dejaban pasar luz dañina y el filamento de cobre de la lámpara se veía como un inofensivo hilo de lana, levemente luminoso.

-¿Ves como son buenas? -dijo.

-Es verdad.

-Pues son mías, tío. Así que te jodes, que no te las voy a dejar.

Los seres humanos somos extraños por naturaleza. Basta que oigamos que no podemos conseguir algo para que, casi al instante, queramos poseerlo.

-¿Me las dejas? -pregunté.

-Venga, vale. Joder, pareces un niño.

Me las puse y comprobé que eran muy buenas. Se las devolví.

-Están muy bien, pero no me las pondría: me daría vergüenza.

-Pero, Juampe, ¿te gustan?

-Sí.

-¿Te gustan de verdad? Pues, mira, te las regalo. Pero con una condición: que te las pongas.

-Oh, no, no puedo.

-Te juro que cuando la gente te las vea puestas al principio se reirán de ti, pero luego, al cabo de dos minutos, querrán tener unas gafas parecidas. Te pedirán para que se las dejes. ¿Sabes por qué? Porque la gente es cobarde, tiene miedos, les asusta el qué dirán. Te juro que si te pones estas gafas, te lo juro, van a admirarte porque tú eres un tío valiente y te da igual lo que piensen de ti.

-Mira, Felipe, no me vaciles, que llevo una semanita muy complicada.

Mi amigo cerró las gafas y me las tendió.

-Tómalas, a que no hay cojones.

Las tomé.

-Gracias, Felipe; son chulas.

Al lunes siguiente, cuando fui al trabajo (un conocido periódico), mi compañero de sección se rió al verme.

-Pero, tío, ¿no te da vergüenza llevar esas gafas?

-Pues no -contesté serio, controlando la situación-. ¿Sabes que tienen unos cristales especiales?

-¿De verdad?

-Te lo juro -dije, y puse las lentes al lado de una lámpara, haciendo el mismo truco de magia que hizo mi amigo Felipe. Mi compañero estaba boquiabierto. Se quedó callado. Al cabo de un segundo me pidió:

-Oye, ¿me las dejas para que me las pruebe?

-Por supuesto, claro.

Cinco minutos después me confesó que a él le encantaría tener unas parecidas.

Es curioso: nos reímos del arte abstracto, de las ropas con colores chillones, de la música pop con letras insustanciales. Pero pocos, muy pocos, tienen el valor de Miró de mezclar colores a brochazos para hacer arte, o componer canciones deliciosamente insustanciales, como los Beatles.

Nos reímos mucho de los demás, quizá porque tenemos vergüenza de nosotros mismos y queremos dismularlo. Nos tomamos demasiado en serio. Y eso sí que es ridículo.

Publicado en Recuerdos

7 comentarios

  1. Patricia Durán

    Estamos tan condicionados por el qué dirá la gente, que no conseguimos nunca apreciar las cosas que nos rodean. Y en ocasiones, como ocurre en esta historia, no reconocemos las cosas que son buenas por culpa de su apariencia extravagante.

  2. Anonymous

    Aunque no te lo creas jamás me he reído de nadie y sí mucho de mí, no mal. Y una de las cosas que me hizo recuperarme a mí misma (porque yo también me perdí, esto sucede), fue la niña que fui, a la que las risas de sus compañeras… risas no sobre ella, porque yo siempre he sabido mirar y también quitarle importancia a lo que no la tenía… dolían, cuando se reían de otros pero en realidad se reían de su propia ignorancia, que es eso que te encierra fuera de un mundo tan grande de posibilidades… y sigue apenándome. Precioso y más aún el haiku del piano …yo

  3. Carolina

    ¡¡Me encanta todas las historias que cuentas!!Son sencillas, pero con trasfondo. A mí también me encanta escribir y aprecio a la gente que cuando lo hace no tiene miedo A contar las cosas tal y como las piensa, sin florituras. Sigue así!!P.D. Soy alumna tuya de Periodismo en la UC3M.

  4. Juan Pedro

    Hola, Carolina. Gracias por pasarte por aquí y por perder unos minutos leyendo estas historias cortas. Me alegra que te gusten, pero me alegra mucho más que te guste escribir. En cuanto a las clases, espero que lleves todo bien, ¿no? ¡¡¡Un saludo!!!

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