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¿Nos tomamos un café?

Querido verdiano:

Me acuerdo de un café pausado con mi amigo Ricardo en el Café de la Paix, nada más llegar a París, y de otro más, una tarde de abril cerca del Pont Neuf. Teníamos 22 años y sabíamos que algo bueno estaba a punto de sucedernos.

Me acuerdo de la primera vez que me tomé un café en el Café Gijón. Y también de aquella vez en que un grupo de chicos que escribíamos (y que creíamos que podríamos vivir de ello) posamos para una foto en el cercano Café de los Espejos.

Tiempo antes, en el servicio militar, me había dado cuenta de que el café, en los primeros días de estar en el cuartel, diluía la sensación de tristeza y meses después mitigaba la sensación de hambre.

Me acuerdo de los cafés que nos tomábamos Josep, Toni y yo las tardes que salíamos del cuartel, en la Base Naval de Rota, e íbamos al Puerto de Santa María. Aquel sabor denso se mezclaba con el aroma a flores y la luz de la primavera. Estábamos tan bien que no nos hacía falta hablar.

Hace relativamente poco, tomándome un café con mi padre en La Suiza, me di cuenta de que tenía un buen amigo y no me había dado cuenta de ello. Y ahora me acuerdo de que mi padre, antaño mecánico ferroviario, encargaba café, de vez en cuando, a amigos maquinistas que iban a Lisboa.

Mi madre tomaba mucho café y me acuerdo de que, cuando la acompañaba al mercado, solíamos parar, de vuelta, en una vieja cafetería de nuestro barrio. Por las tardes el lugar olía a pan tostado y mermelada. Aquella cafetería ya no existe y no he vuelto a tomar un café tan bueno en mi vida.

Mi hermana Carmen me ofrece un café apenas pongo un pie en su casa, sin importarle la hora del día y la época de año que sea (incluso verano a 40 grados).

Me encanta cuando mi mujer viene del trabajo, le pregunto si le preparo un café y ella contesta sonriendo: «¡Vale!»

¿Por qué cuento todo esto? Empiezo a tener una edad en la que cuento los vicios con los dedos de una mano. El café es uno de ellos y está bien esto de compartir debilidades.

Tengo que reconocer que soy bastante peculiar:

  • No me gusta el café que no sea recién hecho.
  • Si utilizo la cafetera italiana, tiro el último dedo de café porque no me gusta el sabor de los posos.
  • Me tomo el café caliente, pero no mucho.
  • En taza grande o vaso.
  • Nunca me sirvo todo el sobre de azúcar, siempre dejo un poco; y sé que algún día dejaré de tomarlo.
  • Hace mucho tiempo tomaba el café cortado hasta que mi estómago dijo basta.
  • Uno de los mejores regalos que me han hecho ha sido una de esas cafeteras de cápsulas (no diré el nombre para no dar publicidad)
  • Mi amigo Amado me ha enseñado que el buen café debe responder  a sus iniciales: Caliente, Amargo, Fuerte y Espeso.

Y, a ti, ¿cómo te gusta el café?

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8 comentarios

  1. Norma Dragoevich (@NormaDra)

    A mi el café me gusta con leche. O un buen café sólo, corto y espumoso como lo preparan en Italia. Dicen que no deja dormir pero a mi me asienta el estómago para una buena digestión, y después duermo mejor. Bueno, eso era antes, cuando tomaba el café a todas horas. Ahora tomo lo justo porque el estómago se va resintiendo. Pero te cuento un secreto: ¡café natural! El torrefacto es el que tiene (o produce) más acidez.

  2. glaerd

    El café… dios mío, no podría vivir sin él. Recuerdo cuando era un niño, que simplemente oliéndolo a lo lejos, me repugnaba. No entendía como a los adultos os podía gustar algo tan sumamente asqueroso. Sin embargo, con la edad las cosas cambian, y sin darme cuenta, delante de mi desayuno siempre descansa una taza con café, sea con leche, con leche merengada (lo que se conoce en Tenerife como barraquito) o incluso solo. Es curioso que el café haya pasado de ser algo que ni tan solo podía oler, a ser a día de hoy algo que necesito sí o sí.
    Gran artículo!

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