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Escribir como un explorador

Tras comprender y asumir que (parafraseando a Fernando Poblet) nunca seré Baudelaire, desde hace meses escribo en cuadernos. Lo hago sin pretensiones, con las tripas y sin vergüenza, olvidando todos los recursos literarios que aprendí en los años de facultad y doctorado. Lo hago como el explorador que, perdido en la selva, anota impresiones en su cuaderno de campo sabedor de que finalmente éstas no servirán para nada.

Tengo un cuaderno de poemas (un maravilloso moleskine que me regaló mi hermana Carmen). Tengo también un cuaderno privado para cada una de mis hijas. Tengo un cuaderno para caligrafías.

El último que he empezado es uno de recuerdos o, mejor dicho, flashes placenteros, que vienen a mi cabeza de vez en cuando y que he comprendido que no debo olvidar.

¿Temo quedarme sin memoria?

No. Lo que temo es quedarme sin emociones cuando reviva esos momentos. Temo olvidarme de eso que es tener 20 años o que una mañana, cualquier mañana, sea la primera mañana.

Afuera, en la selva, cantan grillos y pájaros nocturnos. Mientras, dentro de mi tienda de campaña, con el candil encendido, a miles kilómetros de la metrópoli, escribo. Escribo.

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