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Cuando los archienemigos nos concedieron el poder de los esclavos

El caso era encontrar tesoros. Y si éstos eran libros, mejor. Estaba bien ir a la Cuesta de Moyano, bucear por algunos puestos de El Rastro o por algunas librerías de viejo. Pero lo mejor, lo bueno de verdad, lo increíble, era encontrar un libro interesante en las baldas de nuestros hermanos mayores. Porque a la edad en la que nos hallábamos mi amigo M. y yo (los tontos catorce) algunos de nuestros hermanos mayores eran los enemigos, qué digo, los archienemigos, los matasueños, los fascistoides. Y saber que ellos tenían tesoros y que nosotros podíamos arrebatárselos era lo más.

Así que, una tarde, cuando mi amigo me pidió que le acompañara a la habitación de su hermano para «tomarle prestado» un libro, supe de inmediato que el texto que me diera, fuese cual fuese, iba a estar bien. Mi amigo se subió a una silla, abrió un altillo y, tras un par de resoplidos y de buscar a tientas con la mano por las alturas, agarró un pequeño volumen de color negro y edición barata. «Aquí está», me dijo. «Qué capullo mi hermano, lo tiene escondido».

Bajó de la silla y me lo tendió. «Toma», dijo, «léelo esta noche y mañana me cuentas».

Era un libro de poemas cuyo título me cautivó al instante: La energía de los esclavos. Su autor me sorprendió. Pero, bueno, ¿ese fulano no cantaba solamente? Ese tipo que entonces me gustaba tan sólo de forma ligera era nada más y nada menos que Leonard Cohen.

Abrí una página al azar. Leí:

«Yo no me maté
cuando las cosas fueron mal.
No me dediqué
ni a las drogas ni a la enseñanza.
Intenté dormir,
pero cuando vi que no podía dormir
aprendí a escribir,
aprendí a escribir
cosas que pudieran ser leídas
en noches como ésta
por gente como yo».

Ostrás. Droga dura en el primer bocado.

Le di a mi amigo las gracias y le dije que se lo devolvería al día siguiente. Aquella noche, en mi cuarto, disfruté de los versos de Cohen, de sus mil y un recovecos, de su sensibilidad, de su ironía, de su fragilidad, de su mala leche. Porque Cohen era todo eso. Precisamente, a los catorce yo empezaba a entender que las personas no somos de una sola sola forma, sino de muchas al mismo tiempo y que, quizá, el juego de la vida consistía en saber usarlas, saber combinarlas en el momento adecuado, dejarlas encima del tablero como una ficha de dominó, siempre igual pero sujeta a formas jeroglíficas cambiantes (ahora me doy cuenta que esta reflexión me ha venido de la mano de los recuerdos de las figuritas de ajedrez de Hesse en El lobo estepario).

Otro poema de Cohen:

«Estaba perdido
cuando te encontré en el camino
que lleva a Larissa,
el recto camino que pasa ente los cedros.

Tú creíste
que yo era un vagabundo
y me amaste por serlo.
No lo era.

Estaba perdido
cuando te encontré en el camino
que lleva a Larissa».

Estas Navidades retomaré de nuevo La energía de los esclavos y daré las gracias a aquellos hermanos mayores, archienemigos, malos, malísimos, que se hacían los tontos y los despistados cuando les quitábamos los libros para leerlos a escondidas, dejando que nos sintiéramos esclavos de nuestra soledad para hallar así nuestro propio poder, un poder que no nos ha abandonado nunca. Estas Navidades también escucharé de nuevo al viejo Leonard, con su voz ronca, fuerte, sensible y frágil al mismo tiempo.

Os pego un vídeo de Cohen cantando la canción Take this waltz. La letra, como ya sabéis, es de un poema de Federico García Lorca, Pequeño vals vienés.

Felices Fiestas a todos los que estáis por allí, queridos enérgicos esclavos.

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5 comentarios

  1. amelie

    Después de varios días de ausencia, regreso por estos mundos virtuales… Emotivo tu texto de hoy (bueno, que leo hoy jajaja). Me ha encantado esa atmósfera de peli, con los dos amigos investigando -cual exploradores ante tesoros incógnitos- en la habitación del ‘archienemigo’ y después que el hallazgo fuera nada menos que Leonard Cohen.Yo, que estoy aprendiendo a amarlo (me gusta un poco, pero reconozco que aún me falta enamorarme de él, también sé que lo haré), no sabía que escribía poemas. Sabía que era un tío más que interesante, pero esto que has colgado me ha encantado.Venimos fuertes, eh?Gracias por seguir emocionándonos con tus letritas.Un beso de color naranja para teñir de energía estos días (me encantó escucharte).

  2. Juan Pedro Molina Cañabate

    Pero dónde te nos has metido compañera, que nos has actualizado mi fotolog ni blog, ¡ni ná de ná!Hoy he hablado de Leonard, pero TE RETO a que tú hables de Franco Battiato y de cómo le conociste. Otro gran poeta. Es increíble cómo es un ser sin edad, ¿verdad? Bueno, ahí te dejo lanzado el reto…Recuerda que las palabras que se escriben sólo toman sentido pleno si se leen. Así que te tengo que dar las gracias a ti.

  3. Juan Pedro Molina Cañabate

    Compañera, mira que me gustaría tirarme el pisto de que soy adivino, de que domino las conexiones mentales, de que en realidad soy la bruja Lola. No es así. He acertado por la sencilla razón de que, intuyo, estás escuchando a Battiato 20 horas al día. Bueno, venga, va: en realidad, sólo 19.

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